lunes, 4 de enero de 2010

El Rapto de la Luna

Cierta noche, la Luna fue capturada por un grupo de hombres, que hacían llamarse a sí mismos, como "Los Cuerdos", la ataron y encapucharon, para taparle así los ojos en un grueso capote de cuero y así entonces, negarle el poder ver el mundo, ni a sus hijos y seguidores. Cada uno de ellos, perdió el rumbo y el sentido de su vida; sumidos en la mas profunda de las depresiones, los hijos de la Luna, dejaron las artes, los textos y a los ojos del mundo, se fueron integrando al sistema, y poco a poco, se convertían en "Cuerdos".


Desde entonces, quedaron algunos, que usando toda la fuerza de sus almas, siguen la tradición de la Luna, revelándose al poder de aquellos que raptaron a la mas grande musa de todos los Lunáticos, los Cuerdos. Mucho tiempo paso desde entonces y la lucha se volvió cruenta y encarnizada, las bajas para ambos bandos, incontables, pero nadie daba su brazo a torcer.

Hasta que cierta noche, particularmente oscura, un pequeño grupo de jóvenes Lunáticos y revolucionarios, lograron escabullirse dentro de la gran fortaleza de los Cuerdos. Buscaron por todos lados, cuarto por cuarto hasta que bajo la última puerta le llamo la atención un brillo bastante peculiar que se escapaba por aquella fina abertura. Embelesados por la belleza de aquel maravilloso brillo, casi son capturados por un grupo de Cuerdos que en su rondín, habían notado su presencia.

El enfrentamiento cuerpo a cuerpo no se hizo esperar y en medio de todo el caos y la confusión, un Lunático logro escabullirse , esquivando golpes al aire y alcanzando la puerta, se hizo de ella y sin pensarlo, la abrió. Corrió hasta donde se encontraba la Luna y sin mas, la libero; esta se quedo inmóvil, pues no lograba ver nada, debido a la capucha de cuero que le negaba la vista. Entre el caos y los gritos, un Cuerdo alcanzo a ver lo que sucedía dentro del cuarto y salio disparado a impedir la liberación de la Luna. Pronto se entrelazaron en un forcejeo digno de titanes, hasta que en un descuido del Cuerdo, el joven Lunático logro soltar la capucha de la Luna, liberándola así del encierro y permitiéndole ver con un solo ojo lo que sucedía.

Enfurecida la Luna, por la injuria que le habían causado , arrazó con cuanto pudo. Aquel encierro le había afectado, se mostraba demacrada sucia y fuera de si. Ya nada quedaba de aquella hermosa Luna de antaño, ahora era una Luna, que aunque sucia, demacrada y fea, brillaba e inspiraba aun mas a los suyos, mucho mas que antes. Rápidamente escapo de la fortaleza de sus captores y ascendió al manto estelar, donde ilumino todo con su presencia.

Al ver esto, los Lunáticos celebraron su victoria, salieron de sus escondites y se sacudieron el polvo de la depresión, retomaron sus artes, sus textos y sus vidas; sonrientes y prestos a la acción. Aunque nunca olvidarían aquel fatídico tiempo sin Luna.

Los Cuerdos lloraron su derrota y como era de imaginarse, se replegaron a sus oficinas nuevamente, y en silencio esperan el momento donde puedan volver a raptar a la Luna y así, terminar con los Lunáticos.

En los días subsecuentes, un concilio se celebro, donde lideres de ambos bandos, se reunieron y acordaron una tregua, donde se respetarían y torearían mutuamente. Al parecer la tregua no es una que se respete mucho, pero hace la vida llevadera.

Espero que esto quede como testimonio del Tiempo sin Luna, La Gran Batalla de los Cuerdos y Lunáticos y la tregua, que llamamos, El Tratado de la Luna. Para que nadie olvide lo sucedido y se evite en lo futuro. Este es el testimonio del último Lunático vivo, que presencio y lucho en ese tiempo. Ahora, antes de morir, quiero que los que me sigan, sepan su historia y defiendan a los suyos como nosotros lo hicimos en el pasado.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El Sueño de Merlina (El Conejo Cojo y la Gran Tortuga Roja)


Eones atrás, existió un bosque donde los arboles en lugar de tener hojas, tenían lágrimas, que al desprenderse, en lugar de caer, subían al cielo. Ese bosque era oscuro, húmedo y solitario, no contaba con ningún habitante, salvo uno. Un único habitante, muy peculiar e idóneo para un lugar como el Bosque de las Lágrimas que suben al Cielo. Este habitante era el oscuro Conejo Cojo.



Aquel Conejo Cojo, era un ser tan miserable que lloriqueaba por todo el bosque mientras se arrastraba por los suelos. Lamentando su suerte, maldiciendo al estúpido responsable de su desgracia, un hombre que le quitare la pata, para conservarla como amuleto de la buena suerte. Esa era la rutina del Conejo Cojo, todos los días, era lo mismo. Quejarse, lamentarse, maldecir y arrastrarse... siempre lo mismo. Un pobre, miserable y patético ser era aquel Conejo Cojo.



Era tanta la miseria del Conejo Cojo, que fue más allá de los límites del Bosque de las Lágrimas que suben al Cielo y llego hasta la lejana ciudad sin lugar, una especie de isla flotante, llamada la Gran Urbe, donde habitaba un ser iluminado, lleno de bondad y paz. Este ser, no era sino la Gran Tortuga Roja, de nombre Lya. Al enterarse de la situación tan precaria del pobre Conejo Cojo, decidió emprender el viaje hasta el Bosque de las Lágrimas que suben al Cielo y ayudar al Conejo Cojo.



El viaje fue largo, lleno de obstáculos y dificultades, pero Lya, la Gran Tortuga Roja, supo como librarlos, para poder llegar hasta el imponente Bosque de las Lágrimas que suben al Cielo. Se adentro en la oscura intimidad de los árboles, buscando por todos lados al Conejo Cojo, entre los árboles, la maleza, los agujeros, detrás de las rocas y en la copa de los árboles, sin poder siquiera encontrar un rastro o una pista que le diera razón del paradero del Conejo Cojo.



pasaron varios días, con sus noches y Lya, la Gran Tortuga Roja, no lograba encontrar la mas mínima señal de la existencia del Conejo Cojo. Un poco frustrada y con algo de mal humor en su rostro, decidió regresar a la Gran Urbe y deshaciendo sus pasos, se enfilo hacia los limites del Bosque de las Lágrimas que suben al Cielo y en el camino a la orilla de este, la Gran Tortuga Roja, se tropezó y cayó al suelo, aparatosamente rodó y rodó hasta terminar golpeando su caparazón estruendosamente con un árbol de corteza ennegrecida. Molesta se levanto y miro hacia el lugar donde había tropezado, tratando de encontrar la piedra que la había hecho caer y cual fue su sorpresa que, lo que la había hecho tropezar había sido el mismo Conejo Cojo que se arrastraba por los suelos en ese momento.



Doloridos por el choque se miraron el uno al otro, el Conejo Cojo con odio porque ella no sufría lo que el y ella con compasión por la desgracia que vivía segundo a segundo el Conejo Cojo. Lya, la Gran Tortuga Roja, se acerco y tomo al Conejo Cojo entre sus aletas y con toda su bondad e iluminación, pidió por su pronta recuperación. Y gracias a ello, Lya lo sano, dándole una pata nueva, dibujando en su rostro una enorme sonrisa, como hacia muchísimo tiempo no esbosaba.



El Conejo Cojo, brinco de un lado a otro por la emoción y esta fue tanta que en uno de esos saltos, alcanzo la luna, y decidió quedarse a vivir ahí. Para que de esta forma, el mundo supiera que aun existen seres que a pesar de que les hagas algún daño, consiente o inconsciente, son capaces de perdonar y ayudar desinteresadamente, entonces el Conejo que ya no era cojo, renombro a la luna, dándole el nombre de la Gran Tortuga Roja, Lya.

sábado, 18 de julio de 2009

Lujuria


La caricia suave en esa piel marmorea, bajo las sabanas de satin negro era suave, casi imperceptible, con los ojos cerrados y una sonrisa llena de un placer oculto se dibujaba tenue en ese rostro que invitaba a la voluptosidad. Sus manos, tremolas, recorrian el cuerpo desnudo, rozando piel con piel, suspirando de cuando en cuando por los placeres que aquellas manos expertas le prodigaban.






Aquel par de ojos color esmeralda, se abrieron lentamente, tratando de no perder el encanto bajo la luz del sol que ya se empezaba a colar entre las cortinas. La poca luz le permitia ver el hermoso contraste entre su piel, blanca como la nieve y las sabanas negras como la noche. El cabello enmarañado le daba un aire inocente y sensual, que invitaba al pecar. Aquellas manos no dejaban de recorrer el cuerpo desnudo con experiencia inaudita.






La respiracion se le entrecortaba, los latidos del corazon iban en aumento, a causa de la maestria con la que su hermoso cuerpo era transportado a niveles superiores de placer. Rapidamente los suspiros dejaron lugar a gemidos constantes. Aquellas manos habian amasado y palpado sus senos por largo tiempo, dejandolos hinchados, duros y con los pezones totalmente erectos.






De pronto las manos expertas descienden por el vientre y encuentran aquella cueva, humeda, que les invita a invadirla y llenarla del mas puro placer. Un par de dedos juguetones se hicieron del duro boton que corona dicha cueva, lo presionaron gentilmente, arrancando asi gritos de placer a la hermosa mujer de piel nivea.




Aquellos desos expertos recorrian las profundidades le la humeda cueva, la otra mano se hacia mientras del delgado y fragil cuello de la mujer, lo acariciaba desde los hombros hasta la nuca, aumentando asi el placer de esta.




Entonces mira a su alrededor, sabe que no hay nadie, la fantasia termina y se dedica a amarse a si misma, sabiendo que esas manos expertas eran las suyas, se sonrio y levanto la mirada, hasta encontrarse con su reflejo en el mudo espejo situado en el techo de la habitacion.




El espejo la admiraba y sonreia, era su complice, su mejor amante y sin embargo el mas lejano de todos, el mas distante, el unico que solo observaba con intenciones de tomarla y hacerla suya, pero imposibilitado por su naturaleza. Esto hizo que ella sonriera sujestivamente, y haciendo a un lado la sabana, se mostro en todo el magnifico esplendor que ese cuerpo de diosa podia tener. Siguio con las caricias, dandole un espectaculo esepcional y el espejo miraba perplejo. Aquel espejo empezo a llorar su mala estrella y con esto, se deformo de tal manera que hacia a la mujer ver un rostro y un lenguaje corporal dignos de la mujer mas frigida del mundo, esto la hizo perder un poco la razon y siguio dandose placer como si la vida se le fuera en ello.




La imagen no cambiaba, seguia siendo una mujer frigida la del espejo, tanto que la mujer busco entre sus cajones algunos juguetes sexuales, dando con uno que era de sus favoritos, uno juguete llamado "double dong" de silicon, se recosto de nuevo y lo introdujo, primero en su boca para lubricarlo y despues en su cueva en uno de los extremos, el otro lo dirigio hacia su ano, introduciendolo rapida y facilmente. Gritaba de placer, se revolcaba sobre la cama, y sin embargo cada que veia en el espejo, la imagen de la mujer frigida no cambiaba.


Seguia insatisfecha por la imagen del espejo, que divertido la miraba desde lo alto, riendo silenciosamente, deformando la realidad. Llena de sudor, dejo el double dong y paso por todos sus juguetes, sin poder ver una imagen digna de su voluptosidad, sigue buscando en la habitacion, que puede servirle, hasta que encuentra debajo de la cama, una gruesa botella de salsa, hecha de vidrio, los ojos le brillan, su perversion es tal, que piensa que con ese grueso intruso podra cambiar la imagen.


Se recuesta de nuevo y sin miramientos, lo introduce, frio y constante, hasta la base, se le olvida de que la tapa de la botella, se quedo en el suelo, pero no le importa, ella sigue con ese fuerte movimiento, entrando y saliendo de su cueva con la gruesa botella, llegando a niveles de placer que nunca antes habia experimentado, la imagen en el espejo regresa a su habitual normalidad, mostrando la imagen voluptuosa y llena de morbo que la habitacion se sucedia.


Satisfecha con su logro, y despues de un gran y placentero orgasmo, decide retirar la botella de su interior, y al hacerlo, por la falta de la tapa, creo un vacio en su cueva, y al removerla con fuerza y rapidez, termino con las entrañas fuera de si, muriendo de esta manera, con una sonrisa placentera en el rostro.


Y ahi, en la cama de sabanas de satin negro, yacia la victima de la Lujuria.

lunes, 13 de julio de 2009

Ira


Entró, tempestivamente, tras azotar con fuerza la puerta. Con el rostro inyectado en sangre, sulfurado, bufando por la rabia que sentía en aquel momento. Fijo su vista en los trastes olvidados sobre la mesa, se acerco rápidamente hasta ellos y los aventó al suelo, empujándolos fuera de la mesa con los antebrazos y las manos. Acto seguido, tomo la mesa entre sus manos y levantándola por los aires, la estrello contra la pared, rompiéndola en varias piezas.

Lo siguiente fueron las sillas, algunos adornos y un estante cercano. EL lugar quedó convertido en una zona de guerra, en cuestión de solo unos cuantos segundos. Destrucción y caos le precedían. El sentimiento de enojo, rabia y odio le llenaban el alma en esos momentos. Fuese cual fuere el motivo, no importaba. Últimamente se dejaba abrazar por este sentir, con una facilidad tal que ya prácticamente lo llevaba a ese estado salvaje en el cual nada ni nadie se encontraba a salvo estando cerca de él.

Todo cuanto había en aquel cuarto había sido presa ya de sus arranques de rabia. Todo, salvo un espejo de cuerpo completo que se encontraba montado sobre la puerta de entrada, un regalo de su madre, su primer enser desde que dejo la casa materna. Este siempre se salvaba de las agresiones. Ignoraba si era por mostrarle la realidad o por el recuerdo de su madre que este le traía a la mente. Esta vez no fue la excepción y al verse, vuelto una furia, se detuvo en seco. Se miro en el espejo y pudo ver una vez más el monstruo en el que se había convertido.

Es espejo siempre miraba divertido todas sus rabietas y con gesto impasible lo dejaba hacer para al final calmarlo, pero esta vez fue diferente. Esta vez, se doblo y deformo en una mueca retorcida, mostrándolo como un monstruo, lleno de rabia y odio. Molesto de verse de esta manera, arremetió de nuevo, contra las paredes y las pocas cosas que aun quedaban a salvo, destruyendo todo. Soltando puñetazos contra las paredes, alguno que otro golpe le hicieron sangrar las manos, haciendo que se molestara aun más. Fue entonces cuando perdió por completo los estribos y se abalanzo contra el espejo mismo, lo golpeo con la cabeza, haciéndolo pedazos de un solo golpe.

Los pedazos de vidrio salieron volando por todos lados. Pequeños reflejos de la realidad, dejando ver la verdadera naturaleza de aquel hombre. Y fue uno de estos pedazos de espejo el que proyectado por los aires, le rozo el cuello, lo suficientemente profundo para alcanzar su yugular. Llevo sus manos a la herida, tratando de cubrir la salida de la sangre, en vano. Estallo en un nuevo ataque de rabia y golpeo los restos del espejo, haciendo que algunos de ellos se calvasen en sus manos y su rostro. Otro de ellos fue a dar en uno de sus ojos, vaciándolo de inmediato. Con el rostro y la ropa empapados en sangre, arrodillado, golpeando el suelo y el gesto aun encolerizado.

Así pasaron unos minutos que parecieron horas, utilizando todas sus fuerzas, que a cada segundo se iban menguando, hasta que cayó al suelo. Vencido, sin sentido. Gruño por última vez a manera de suspiro. Perdió la razón, el sentido y por último la vida. Tirado en un charco de sangre y restos del espejo, con el gesto torcido en una mueca de odio. El rostro y las manos destrozadas por su rabieta.

Ahí en la entrada, a espaldas de la puerta, yacía, la victima de la ira.

viernes, 10 de julio de 2009

Envidia


Aquel hombre nudoso miraba por la ventana de su habitación, contemplaba su entorno con ojos inyectados de sangre. El gesto se le torcía cada que lograba divisar a alguno de sus vecinos. Le era imposible soportar la simple idea de que alguno de ellos fuese feliz, exitoso o simplemente que lograse tener algo, por simple que fuera, el lo deseaba.

Sus fosas nasales se hinchaban cada que esto sucedía, resoplaba con fuerza, apretaba los puños y crujía la mandíbula, se corroía por dentro. Con los ojos entre cerrados dejaba escapar una sonrisa cargada de odio y rencor.

Debido a su actitud, su estancia era demasiado austera, se pasaba la vida contemplando y renegando de los los éxitos y logros conquistados por la gente que le rodeaba, sin hacer algo para si mismo y poder conseguir así, algo, por mínimo que fuera, para sí mismo.

Caminando como león enjaulado en la pequeña habitación, haciendo aspavientos de un lado al otro, maldiciendo su mala suerte en voz baja, mascullando uno y mil insultos para aquellos que a diferencia de el, habían logrado conseguir algo, lo que fuera, ya no importaba, el hecho era que el no lo había logrado, que el no lo poseía y eso era suficiente para que se sulfurase e hiciese tal berrinche, infantil.

Entre vueltas, corría a la ventana, a ver si alguno de sus vecinos estaba a la vista, repudiaba el estilo de vida que todos tenían, la opulencia en la que se desarrollaban sus vidas y los lujos que el no podía tener. Otra vez, caminar presurosamente de un lado a otro. Ya se sentaba en el viejo sillón, ya caminaba de nuevo. Siempre intranquilo, siempre a la espera de que alguien le cediera sus pertenencias, su vida.

A veces se quedaba dormido en sus "guardias", ahí donde el sueño lo sorprendiera, en la silla junto a la ventana, en el viejo sillón o una esquina de la habitación. Se hacia un ovillo y disfrutaba de los sueños, pues ahí era donde el tenia dinero, poder, pertenencias, lujo, mujeres y todo aquello que en la realidad deseaba con todas su ansias. A veces se despertaba y el llanto lo asaltaba, pues se daba cuanta de que todo había sido un sueño, y el regresar a su realidad, le dolía y lo hacia sentir patético y miserable.

De día o de noche era lo mismo, los horarios para el no importaban, nunca hacia nada, solo observar en la distancia. Sentía que si dejaba la seguridad de su habitación, los demás le quitarían lo poco que poseía y seguramente no lograría lo que los demás, pues el mundo conspiraría en su contra para hacerlo fracasar, como alguna vez le sucedió en el pasado. Vueltas, caminatas, estados de vigía y sueños placenteros era a lo que se reducía su existencia. Un observador, así se consideraba. Un vouyeur, lo etiquetaban los vecinos.

Pegado a su puerta, tratando de escuchar alguna platica de sus vecinos, logro escuchar que la hermosa modelo que vivía dos pisos arriba de él, se le había encontrado muerta, destrozada y deformada frente a su espejo. Entonces el pensó: "Yo tengo un espejo". Siguió escuchando y otro de los vecinos comento que algo similar le había sucedido a la exitosa mujer que vivía en la mansión ubicada al final de su propia calle. Una sonrisa se dibujo en su rostro, desde hacia mucho tiempo no lograba un gesto tal. El rostro le dolió un poco y corrió hasta su espejo, contemplo la graciosa mueca y comprendio entonces lo que debía hacer. Esta vez tendría lo que los demás y estaba en sus manos hacerlo.

El espejo al contemplar la sonrisa del hombre, sonrió a su vez, una sonrisa de complicidad. Aquel hombre, busco la silla que estaba cerca a la ventana, la tomo entre sus nudosas manos y con todas sus fuerzas, la estrello contra el suelo. Haciéndola estallar en varios pedazos, quedandose con solo un par de maderas puntiagudas en las manos. Observo detenidamente las puntas, corrió al espejo que se encontraba doblado y deformado en una muda carcajada. Se miro a si mismo como alguien que conseguiría lo que deseaba. volvió a mirar las puntas de la madera, una sonrisa triste se asomo por sus labios y una lágrima de éxito escapo de sus ojos.

Levanto entonces una de las maderas y sin pensárselo dos veces, la enterró de lleno en el abdomen, soltando un grito, mezcla de dolor y placer. Removió la madera en su interior y un hilo de sangre escurrió de su boca, manchando ligeramente la superficie del espejo. Otro tanto goteaba desde la herida hasta el suelo. La sonrisa de satisfacción no se borra de su rostro. Saca la madera de su abdomen y la vuelve a calvar, cerca de la primera herida. Otro borboton de sangre sale de su boca y uno aun mayor de las heridas. Su piel palidece y su mirada se vuelve vidriosa, pero esa sonrisa triunfante no se desvanece.

La otra mano, levanta la madera faltante, la sitúa por encima de su cabeza y de un solo golpe la hunde en uno de sus ojos, hasta el fondo. Con su otro ojo contempla por ultima vez su rostro, bañado en sangre, sonriente, triunfante, por fin tiene lo que alguien mas tuvo. La fuerza le abandona la piernas y se desploma, cayendo de rodillas y luego de cara al suelo. Las maderas enterradas en su abdomen y ojo se clavan aun mas, traspasando su cuerpo. Aun respira y escucha a sus espaldas las risas histéricas del espejo. La imagen deformada por este y las manchas de sangre se vuelve mas horrenda a cada segundo pues la sangre se exparse hasta alcanzar la puerta de la habitación y salir hasta el corredor. Muy pronto se darán cuenta de su gran logro y su nombre sera pronunciado por todos los vecinos, al fin le darán reconocimiento. Con sus ultimas fuerzas sonríe y trata de mostrarse triunfante. Exhala por ultima vez y con ese suspiro deja testimonio de su único y gran logro.

En el suelo de la austera habitación, yace, sin vida, la pobre víctima de la Envidia.

martes, 7 de julio de 2009

Avaricia


La intimidad de una oficina, adornada suntuosamente con tapices de oriente, armaduras europeas, frescos renacentistas y pinturas de precios exorbitantes era el santuario de aquella exitosa mujer, de rasgos duros y mirada de hielo. Sentada detrás de su lujoso escritorio de roble blanco, se encontraba ella, contando fajo tras fajo de dinero, sintiendo un enorme placer cada que pasaba un billete por entre sus dedos. Una mueca simulaba una sonrisa en su anguloso rostro.

Aquella mujer estaba corrupta hasta la medula, haciendo hasta lo imposible por acumular cuanta riqueza le fuera posible. Sin importarle siquiera por encima de quien tuviese que pasar para conseguirlo. Se sabía torcida y eso le alegraba su amargo corazón. Su incansable empresa de hacerse rica, la había sumido en la mas profunda de las soledades, había jugado con su mente y le había deformado la percepción.

Supliendo el amor y las caricias, por dinero y poseciones, mismas que utilizaba para satisfacer sus necesidades de mujer, cada noche, se encerraba en aquella lujosa oficina, donde contaba dinero y se acariciaba con algunas de sus costosas reliquias, siendo este su ritual de todas las noches, hasta que la sorprendía el amanecer y se arrastraba por los pasillos de la enorme mansión, hasta su habitación y dormía todo el día.

Una vez mas, en la oficina, contando dinero, un fajo tras otro, sonriendo, en esa mueca que deformaba sus rasgos, hasta convertirlos en una mueca retorcida, digna de una mascara de algún demonio chino. Esa noche, después de contar su dinero, tomo entre sus manos un finisimo abrecartas de plata, con mango de mármol e incrustaciones de rubíes, esmeraldas y diamantes, una pieza del siglo XVI que recién había conseguido en el mercado negro, por una jugosa cantidad de dinero. La tomo entre sus manos y con suma delicadeza la acaricio y contemplo largo rato. la pasaba de una mano a otra, con movimientos lentos, se encontraba como en trance.

Primero en una mano, luego en la otra, despacio la balanceaba entre una mano y la otra, sonriendo. por un instante sale del trance y observa sus tesoros al rededor de ella, y hay uno que le llama la atención. Un espejo antiguo, de esos que se hacían con placas de plata, pulido de una manera única que reflejaba la imagen con una precisión única. Una pieza hermosisima, la única por la que no tuvo que pagar, pues era una reliquia familiar. Se acerco al espejo, aun con el abrecartas en las manos, se contemplo por unos instantes y sin mas, acaricio su rostro con el filo del abrecartas, haciendo pequeños cortes en la delicada piel. No importaba, tenia el dinero con el cual pagar cualquier operación y corregir ese tipo de incidentes. Este pensamiento la hizo soltar una carcajada, que nadie mas que el espejo pudo escuchar y entender su significado. El espejo, a su vez, rió, silencioso y malicioso como era, retorció su imagen y la hizo verse, poderosa, inmortal. Justo lo que ella había pensado momentos atrás.

Entre risas, levanta una vez mas el abrecartas, y hace un corte mas profundo en su rostro, el dolor parece no importarle, pues sabe que tiene los medios para arreglar ese tipo de incidentes. Otro corte, esta vez en el cuello, es profundo, tanto que un grito ahogado escapa de su boca. La sangre escurre por su cara y cuello, mancha las finas telas de su vestimenta, y gotea desde esta hasta el suelo, formado lentamente un charco de sangre. No importa, tiene el dinero para resolver estos incidentes. Un corte mas, esta vez en sus brazos, cada vez lo s hace mas profundos y dolorosos, se arranca gritos sin sonido y sonrisas torcidas. la sangre le brota de cada corte como si de ríos color carmesí se tratase.

El espejo, rompe a reír otra vez, carcajadas histéricas, sin sonido, lo hacen convulsionarse; deformando aun mas la imagen, dándole la impresión de que es aun mas poderosa de lo que ya se creía, haciéndola ver que los cortes no son tan profundos como en realidad son. Esto la hiere, pues ni todo el dinero del mundo le puede comprar seguridad, la seguridad de saber que es ella la que tiene el control de las situaciones. Es entonces cuando vuelve a hacer cortes en los brazos, mas profundos, lastimando mas allá del músculo, llegando a las venas y arterias. La sangre sale expulsada como si hubiesen abierto un grifo. Otro corte en el cuello, con fuerza, profundo. El grito esta vez se ahoga no por placer, sino porque ya no puede salir, se atora en la garganta cercenada.

Los ríos de sangre corren raudos hacia el suelo, estrellándose contra un tapete persa, que a estas alturas ya se encuentra inundado. Lentamente cae al suelo, sin soltar el abrecartas, es una adquisición muy cara. Se da cuenta de que va a morir y piensa en todo el dinero que va a perder y que no va a poder ganar. Hace una mueca, un gesto entre dolor y coraje, pues su carrera por conquistar las riquezas del mundo, se ve truncada.

Empieza a convulsionar, el espejo la mira en silencio. Sonríe, triunfante. Aquella mujer, de gestos duros, mirada fría y rasgos angulosos, se ve derrotada, humillada y pobre. Lentamente pierde las fuerzas, la vida se le va en un hilo color grana. El espejo admira en silencio, como la millonaria, al final no tiene nada.

Y ahí yace la víctima de la Avaricia, que en su afán de riquezas y poder acabo consigo misma.

Pereza


Oscuridad, un gran y sonoro bostezo, músculos doloridos y la falta de ganas de abrir los ojos. Esto es lo que vive el pequeño hombre de miembros enjutos y piel tal pálida que podría decirse que es casi transparente. La suciedad, el hedor y la apariencia, son cosas que ya no le importan y aunque así fuese, no puede hacer nada al respecto. Lleva tanto tiempo postrado a aquella cama por voluntad propia, que ha perdido las fuerzas, las ganas de levantarse y ha ganado para sí, un cuerpo sin fuerza, enjuto y lleno de llagas. Estas supuran, sangran y le causan dolor, pero esto tampoco importa ya.

Es presa de la mas fatal inactividad, lo sabe y aun así no le presta atención. Su estado de animo, depresivo, le impide ver la realidad de su situación. Es esta depresión la que lo postro en la cama, con el deseo de no volver a levantarse, y esperar y esperar a que la muerte se digne a venir por él. Lleva ya varios meses, esperando y nada, casi esta por cumplir un año en esa cama, donde si bien, una joven va cada día a calentar un poco de comida y acercársela. Pero a cada día que pasa, los platos servidos, se quedan casi intactos, no tiene fuerzas para comer, esta al borde de la muerte y no le importa, el la sigue esperando pacientemente. El ya no es presa de la inactividad, se ha convertido en ella, él es la inactividad.

Las luces siempre apagadas y un sopor eterno es lo que lo rodea, es su realidad. Mudo al final de la habitación, esta un pequeño mueble, donde alguna vez, guardó sus enceres personales, es un mueble de madrea con 3 cajones y un compartimento donde colocaba los zapatos, este estaba coronado por un delgado espejo, complice de tantas conquistas amorosas, y cumplidos que recibió en la cama en la que ahora se encuentra postrado. Durante todo este tiempo de decadencia, aquel espejo, ha sido el único testigo de cuanto sucede ahí. Lleno de polvo y sumido en las tinieblas, es difícil que aquel hombresito, pueda admirase en su realidad.

Todos los días es el mismo ritual, aquella joven, entra a la habitación y a oscuras, recoge los platos casi intactos del día anterior, esponja un poco las almohadas del hombresito enjuto y sale de la habitación, ni siquiera se digna a mirarlo, y le sería casi imposible en la oscuridad en la que se encuentra esa habitación. Todos los días es el mismo ritual. El hedor es cada vez mas insoportable.

Aquel hombre ya no es mas lo que fue, se convirtió en la inactividad. Es culpa de su depresión, piensa el. Es culpa del mal de amores, no quiere aceptar que la culpa es solo suya y que ha llegado a un punto en el cual ya no hay marcha atrás, que aunque quisiera ya no podría levatarse y volver sobre sus pasos. Y la chica, ¿por que esta ahí todos los días? ¿acaso le importa su estado? Se sorprende a si mismo pensando todo esto y vuelve a la inactividad. Pero algo cambio dentro de él, y el único que lo ha notado es el espejo al fondo de la habitación.

Otro día y otra comida, pero esta vez, trata de moverse y de sostener la mano de la chica, ella se aterra y sale corriendo de la habitación, en la carrera deja entreabierta la puerta y un poco de luz se cuela hacia el interior. El hombresito enjuto, mira a su alrededor y por primera vez en meses, contempla su habitación, llena de aromatizantes en los muebles, las paredes y hasta del techo colgaban decenas de ellos, en forma de pino, con distintos colores. Esta visión le aterra y por fin planta su mirada en el espejo polvoso al fondo de la habitación.

Hace acopio de fuerzas y con mucho esfuerzo logra levantarse de la cama. Dificultosamente y agarrándose de todas partes, logra llegar hasta donde se encuentra el espejo, y contempla por primera vez en casi un año, su reflejo, su realidad. Lo que mira, no es de su agrado, los cabellos largos, sucios y enredados, la barba irregular esta sucia y sus miembros se han reducido a piel y hueso, el esfuerzo que esto le causa le provoca que hiperventile. El espejo mira todo en silencio, no se inmuta por el dolor del hombre.

Gira un poco sobre sí y entre jadeos y sollozos, admira las llagas en su cuerpo, la pus y la sangre secas en su ropa, las costras que en su cuerpo abundan, unas de sangre y pus, mientras otras son de mera suciedad, él se convirtió en la inactividad. La escena lo hace entrar en shock, los jadeos son cada vez mas dificultosos, es difícil respirar y mantenerse en pie. La habitación empieza a darle vueltas, la mirada se le nubla y vertiginosamente cae al suelo de espaldas, golpeándose estrepitosamente contra el mueble del espejo, una de las esquinas ha golpeado su endeble nuca y la ha roto. Aquel hombresito enjuto, cae al suelo, moribundo, desangrándose. No le importa, no hace nada por pedir ayuda. Es la inactividad y la muerte tan añorada, parece que por fin ha de llegar.

Desde arriba, el espejo contempla como aquel hombre, reducido a un costal de huesos y pellejos, se desangra, después de casi un año de ser la inactividad, de no hacer absolutamente nada, de esperar a que la muerte viniese por el. Aquel espejo le regala una irónica sonrisa, mientras se deforma para poder contemplarlo mientras muere, el hombre, mira su reflejo, su realidad y no le gusta lo que ve, es solo el remedo de lo que alguna vez, fue, pero ahora ya no importa, la muerte esta cerca, ya empieza a sentir la caricia de la bella dama.

Los ojos se le cierran lentamente y una sonrisa se dibuja en su rostro. El espejo le devuelve la sonrisa, mientras contempla al hombre que se volvió la inactividad.

En medio del charco de sangre, yace el hombre de miembros enjutos, sonriente, triunfante, la muerte por fin llego por el. El espejo regresa a su fría postura al fondo de la habitación, no mas sonrisa sarcástica, regresa al polvo y la rigidez del fondo de la habitación. El hombresito se convierte entonces en su propia realidad, un hombre exitoso y capaz que se convirtió en la inactividad, consumiendose a si mismo por casi un año.

Ahí, en el suelo, en medio de un charco de sangre, yace el pobre hombre, víctima de la Pereza.